La espuma de lo que pudo ser. ¿Ese título de qué va? Me salto el catón periodístico y lo explico, lo que demuestra mi escasa pericia profesional y mis muchas lagunas en el ejercicio de este oficio (un titular de prensa debe tener vida por sí mismo y ser comprensible para todos los lectores, aseveraría levantando el dedo el profesor de Redacción Peridística de la facultad). La espuma de lo que pudo ser. Porque Sanzoles durante un puñado de días de agosto ha «resucitado». La plaza mayor del pueblo ha estado llena de gente, de vida. Se ha convertido en pista de baile, patio de comedias, escenario de cante «grande», copla y canción tradicional y hasta se ha travestido en mercado ¿medieval?, zoco y ágora donde hablar de lo divino y lo humano, mientras se compran cosas de consumo diario y hasta arte escondido en esculturas de chopo y en tejas árabes con cenefas de puro sentimiento.

La «oxigenación» cultural del pueblo ha sido posible gracias a la asociación Melitón Fernández y a un programa bien orquestado con juegos, actuaciones, monólogos, baile y cante, cuentacuentos y hasta una cena de hermandad; que nadie se ha quedado fuera de las actividades.

El ciclo ha servido para poner enhiesta la autoestima, para que una sociedad rural pequeña se dé cuenta de que sus genes llevan el ADN de la genialidad, de que sus componentes, los pocos que viven en el pueblo y los más que viven fuera tienen muchas cosas que decir. Y que, aunque la frase está manida por su uso, a veces torticero, que (la gente) se debe sertir orgullosa de ser de Sanzoles, pueblo que además del Zangarrón, tiene otros muchos valores.

Han sorprendido en la semana cultural las actuaciones de los hijos del pueblo: Ángel Hernández, Luis González Puga y Carrasco (este último natural de Sanzoles por parte de padre). Y ha vuelto a demostrar su «duende» Alicia González, mujer del siglo XXI, pero con un cordón umbilical que se alimenta en el Renacimiento y en ese espíritu eterno de amor a las humanidades y al conocimiento universal.