Cuando el profesor leonés de literatura Santiago Trancón comenzó a satisfacer su inquietud por el pueblo judío en España, sintió la sorpresa de ver reflejado su propio pasado. La casualidad quiso que conociera a Dan Kofler, un intérprete hebreo de címbalo natural de Rumanía. Sus conversaciones durante más de un año encontraron un hueco en «Memorias de un judío sefardí. La verdadera historia de Dan Kofler», el libro que el propio Trancón presentó anoche a los asistentes al Club de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA. El auditorio de Caja España-Duero también reunió al sociólogo zamorano Amando de Miguel, amigo de Trancón, que también suele incluir en sus narraciones a personajes judíos.

«La novela narra la fascinación de un rumano de origen judío por Sefarad sin saber el porqué». Así comienza Santiago Trancón a hablar del mito de la España judía, que no es una ficción, sino «una realidad, la búsqueda de una patria, de un imposible». El doctor en Filología Hispánica reconoce que se sintió sorprendido al comprobar la magnitud de la presencia semita en su localidad natal de Valderas. «desde los ríos Cea y Esla hasta el propio Duero», donde había casi cincuenta comunidades. De hecho, en su pueblo existió una sinagoga hasta el año 1927.

De ahí que su libro, a medio camino entre la biografía del músico rumano Kofler y su propia emoción personal, ayude a los zamoranos a recuperar las raíces de una provincia que tuvo un enorme influjo semita. Porque la novela no está pensada para «identificarse con cosas exóticas y raras, sino para encontrar infinidad de vestigios que confirman nuestro pasado judío». Trancón asegura que la manera actual de pensar y de comportarse «está influida por ese pueblo tan milenario que es de una potencia creativa y un amor al conocimiento y a la justicia tal que se puede exportar a cualquiera».

Ahora bien, si la influencia hebrea fue tan importante en Zamora, ¿por qué los vestigios visibles son tan escasos y difíciles de identificar? Una pregunta que tiene su respuesta en la «invisibilidad» de una herencia que no tuvo tanto protagonismo como la hebrea. Aún así, el escritor, autor de varias novelas y artículos, cree que «lo invisible de esa tradición es tan potente que es mucho más importante que lo que se puede llegar a ver». Su amigo Amando de Miguel recuerda que a los integrantes de esta comunidad «no les dejaron hacer grandes construcciones, no podían tener tierras y debían dedicarse a profesionales como médicos y artesanos, que era más difícil de expropiar».

Lo que sí dejaron claro tanto Trancón como De Miguel es la lejanía de las raíces semitas de un pueblo con cinco milenios a sus espaldas, presentes en la península antes que la propia Hispania, la provincia del Imperio romano. De la mano de los fenicios y los tartessos, los judíos llegaron a España en una singladura que acabaría con su expulsión en los estertores del siglo XV, marcha ordenada por los Reyes Católicos.

Lo que sí queda claro, a juicio del profesor de literatura, es que muchas de las realidades cotidianas de la actualidad están entroncadas con una civilización con cinco mil años de historia. Sus aportaciones fueron tan cruciales como la propia estructura de la semana en siete días, pero también otros aspectos más que curiosos, que hoy pasan desapercibidos.

Santiago Trancón cuenta como los judíos leoneses sorteaban la prohibición de comer carne de cerdo con productos que todavía hoy se fabrican. «Cuando el inquisidor preguntaba por el chorizo que comían algunos judíos, ellos le mostraban que estaba hecho con carne de vaca, un producto que todavía hoy se puede ver». La cecina, un producto tan leonés, era otro de esos «trucos» para ingerir un alimento parecido al jamón que, apunta De Miguel, también puede encontrarse en Zamora. El mazapán es otra de esas aportaciones ancestrales, ya que «la raíz de la palabra nos muestra que era el pan ácimo que consumían los hebreos». Ese viaje personal por el presente y el pasado de esta cultura es el que propone «Memorias de un judío sefardí. La verdadera historia de Dan Kofler».