Su punto de partida es más que sugestivo y abría un cauce significativo a la hora demostrar no sólo la realidad en la que viven determinadas sectas de Estados Unidos, también el grado de alienación en la que se desenvuelven unos seres que continúan anclados, tanto en el plano tecnológico como en el humano, en tiempos casi medievales.

Por eso hay que lamentar que la directora, la debutante Rebecca Thomas, haya perdido en gran parte la oportunidad de sacar a la luz, en la dimensión ideal, un tema que sigue siendo de evidente actualidad. Aun así, hay que reconocer, como lo hicieron en el Festival de Berlín al ser elegida la película para inaugurar la sección Generation, que parte de su denuncia no cae en saco roto.

Honor al que hay que sumar el galardón que recibió la actriz Julia Garner, premio a la mejor interpretación en el Festival de Bombay. Aunque podría parecer legítimamente exagerada, y de hecho lo es, la premisa de la película no es de antemano rechazable. Nos sitúa en una colonia fundamentalista mormona que vive cerca de Utah, en Estados Unidos, totalmente aislada de la sociedad, en condiciones propias, salvo en el uso de vehículos y de algunos aparatos eléctricos, de hace muchos años. Solo así puede entenderse que Rachel, que acaba de cumplir 15 años, crea que ha quedado embarazada, al igual que la Virgen María lo fue por el Espíritu Santo, por la canción que ha escuchado en una casette que ha arrebatado a su hermano.

No queda ahí la cosa, ya que decide conocer quién ha sido el instrumento que ha hecho posible el «milagro», marchándose de casa para aparecer en Las Vegas, en el lugar en el que podría estar el cantante rockero que ponía su voz. Llegado este punto en que Rachel inicia su andadura en la ciudad del juego, seguido de cerca por su hermano Will, al que su madre parece atribuir la verdadera paternidad del nieto que espera, la cinta pierde paulatinamente su interés por que carece de medios para recrear el choque cultural y sociológico de la muchacha con un mundo tan ajeno a ella.