Ambicioso y con un enorme presupuesto, éste es uno de esos proyectos marcados por la frustración que se quedan muy lejos de cumplir sus objetivos y que cometen un error fundamental, su falta de capacidad dramática para impactar en el espectador y su escasa fortuna para conjugar la épica que la historia requería.

Se deja sentir, sobre todo, que se trata de la opera prima de un Dean Wright, que ha brillado en el campo de los efectos especiales, poco dotado para arropar la cinta con los elementos necesarios. Su condición de norteamericano se traduce en un extrañamiento notable de una trama mexicana. En este sentido no ha conseguido romper la frialdad de unos personajes acartonados y tampoco ha impregnado los momentos más espectaculares, las batallas y escaramuzas que se suceden, sobre todo, en la segunda mitad de la dimensión adecuada.

Estos errores en un producto que se alarga casi dos horas y media son decisivos y provocan altibajos que conducen a veces al tedio, especialmente en la primera parte. Es verdad que el haber doblado toda la cinta, que se rodó en gran medida en español y también en inglés, le perjudica notoriamente quitándole con el típico acento latinoamericano una de sus señas de identidad.

Con estos soportes tan a nadie debe extrañar que se haya desaprovechado un reparto de lujo en el que Andy García, incorporando al general Enrique Gorostieta, ejerce un poco brillante protagonismo.

El mayor aliciente, no satisfecho, residía en contar unos hechos acaecidos en México a finales de los años veinte que no sólo se conocen muy poco sino que nunca han sido llevados a la pantalla. Es la llamada guerra Cristera, que tuvo lugar una vez concluida la revolución, motivada por la feroz represión que impuso el presidente Calles para evitar las manifestaciones religiosas de los seguidores de Cristo.

Lo que empezó como algo muy localizado y de dimensiones muy reducidas se fue extendiendo, sobre todo a partir del momento en que el General Gorostieta, un militar aparentemente escéptico y sin fe que acabará abrazando con fervor la causa, se implicó con unos rebeldes que se saludaban con un "que viva Cristo Rey". Mejor en esa segunda mitad en que se recupera algo del brío necesario, no se evita sin embargo que la visión global deje un sabor de frustración.