Una biografía que está, en el plano humano, sobre todo, pero también en el musical, a la altura de las circunstancias. Algo que no deja de sorprender si reparamos en que se trata solo del tercer largometraje del director Tate Taylor, hasta hace muy poco conocido solo como actor, pero que ya demostró unas cualidades notorias para la realización con Criadas y señoras, que obtuvo un Óscar, y que ahora se adentra en un escenario similar, el de una minoría afroamericana en Estados Unidos víctima de la desigualdad y del racismo, para diseñar una espléndida radiografía de uno de los grandes hitos de la música soul, James Brown.

La cinta escarba en los aspectos más íntimos y relevantes del personaje, haciendo hincapié en una infancia terrible y repleta de carencias, en la que sufrió malos tratos y el abandono de unos padres que jamás supieron rodearle de amor, y en la vital importancia que tuvo su encuentro en la cárcel con Bobby Byrd, que además de proporcionarle algo parecido a una familia supo abrirle el camino a su gran carrera musical. Modificando el orden cronológico, este biopic fluye de la mente del propio protagonista cuando, ya adulto y convertido en un ídolo mundial, se dirige al escenario a una de sus actuaciones.

Este es el punto de partida a partir del cual vamos a conectar con los hechos y con las personas más destacadas de un itinerario vital que estuvo marcado, por supuesto, por la discriminación, la injusticia y una enorme fuerza de voluntad que arrasaría con todo. Encarcelado y condenado a varios años de prisión solo por robar un traje, la fortuna quiso que se encontrase con el hombre generoso y entrañable, el citado Byrd, que iba a hacer de él una de las grandes figuras del soul del siglo XX.

Tal fue la influencia que ejerció, tanto con su inigualable voz como en su forma de bailar, que ha habido unanimidad en considerar que todos los grandes artistas de color que vendrían después bebieron en sus fuentes de inspiración, incluyendo a Michael Jackson.