Pone sobre el tapete buena parte de los méritos contraídos por Clint Eastwood para convertirse en uno de los más destacados cineastas del momento y ofrece un número destacado de momentos en los que su magisterio brilla con toda intensidad.

Es verdad que pese a ello no encuentra del todo la respuesta narrativa adecuada de sus más inspiradas películas, pero en ningún caso el acabado final se ve afectado por factores que puedan conducir a la decepción. Por eso hay que celebrar que el veterano realizador, que ha cumplido 84 años y se siente más lúcido que nunca, aceptara la propuesta de llevar a la pantalla grande, solo dos días después de recibir el guión, el musical que tanto éxito obtuvo en Broadway, más de ocho años, y que ha triunfado también en otros países.

En sus manos, el proyecto ha sido rentabilizado al máximo, contando con los mismos actores que aportaron su gran talento y sus magníficas voces en el escenario que, además, se vieron obligados a cantar en vivo durante el rodaje por decisión del director. Es más, dos de sus auténticos protagonistas, Frankie Valli y Bob Gaudio, ejercen aquí de productores. Lo que en realidad efectúa la cinta es una revisión precisa e infestada de canciones, de la trayectoria profesional y humana de los jóvenes que alcanzarían la gloria en el mundo de la música, desde los más bajos peldaños de la sociedad, con el nombre de The Four Seasons en las décadas cincuenta y sesenta.

Fueron cuatro chicos que tenían unas voces extraordinarias y que se criaron en los barrios más modestos de New Jersey manteniendo unos hilos de conexión evidentes con la mafia, lo que les acarreó en ocasiones penas de cárcel por pequeños delitos.

El más relevante y conocido de todos ellos fue Frankie Valli, que era barbero de profesión pero consciente de que sus cualidades profesionales como cantante saldrían a relucir. A todos ellos les costó abrirse un camino en una época muy competitiva en el mundo del rock.