Cumplirá con creces, porque los primeros resultados así lo confirman, las expectativas comerciales y dará nueva vida a una saga, la que inauguró en 1992 el productor y director Steven Spielberg con Parque Jurásico, que renace de sus propias cenizas con brío inusitado.

A pesar de que esta cuarta entrega no es la mejor de todas, honor que sigue ostentando la primera, y que en realidad lo que ofrece es un menú «más de lo mismo», hay que reconocer que sí regala un aspecto brillante y eficaz, el de unos efectos visuales sorprendentes que son fruto de una tecnología impecable y más que sofisticada en materia de presentación de los dinosaurios.

Con estos alicientes y un guión que, en suma, conserva la estructura original de la serie en el plano de la trama y de la búsqueda de una extrema tensión final, nadie pone en duda que habrán más secuelas. Verdadero artífice y cerebro de la operación, Steven Spielberg no ha querido asumir una dirección que ostenta un profesional joven y bastante inexperto, Colin Trevorrow, que solo había realizado un modesto largometraje, Seguridad no garantizada en 2012.

Sin embargo, la sombra del autor de E .T. se percibe de forma inequívoca tanto en el diseño global del nuevo largometraje como en el esquema argumental. Su sello se hace patente en todos y cada uno de los fotogramas. Lo que contempla la cinta, de hecho, no es otra cuestión que la puesta en marcha del parque temático de los dinosaurios, que era la vía que intentaban seguir las películas previas.

Un logro que se apoya en supuestos científicos como la manipulación genética del ADN, de modo que el parque situado en las proximidades de Costa Rica -aunque el rodaje se llevó a efecto en Hawaii- puede ofrecer en su catálogo de «monstruos y desconocidas criaturas» para convocar a sus instalaciones a más de 20.000 espectadores diarios. Es el triunfo del afán de lucro de tipos desalmados y ambiciosos por encima de las responsabilidades.