Escarba con profundidad en las cloacas de la sociedad alemana de finales de los cincuenta, sacando a la luz hechos reales que llegan a impresionar por lo que los mismos entrañan pero también porque eran deliberadamente silenciados y sepultados bajo una densa capa de miedo, mentira y conformismo.

Recrea, en suma, los orígenes de los llamados juicios de Auschwitz, que llevó ante los tribunales, haciendo justicia, a numerosos miembros de las SS que cometieron delitos de sangre. Desenmascaró, en este sentido, a fieles gendarmes del régimen nacionalsocialista que no sólo ocultan su expediente sangriento durante el periodo al mando del Fuhrer sino que intentaron filtrarse por completo entre sus compatriotas borrando todas sus señas de identidad.

Un fenómeno que contagió hasta tal extremo que daba la impresión que en Alemania nunca había existido Hitler ni el fascismo ni los campos de concentración. Aunque se deja sentir que es la ópera prima como director del hasta ahora actor Giulio Ricciarelli, patente en la ligera falta de dimensión dramática de algunos momentos clave, la película en ningún caso malogra su oportunidad de acercarnos a un período tan funesto de la historia germana. Es por eso uno de esos productos que interesa más por lo que cuenta que por cómo lo cuenta.

El sistema de trabajo del realizador no ha sido otro que combinar en el guión, junto a su colaboradora en el mismo, Elisabeth Bartel, realidad con ficción, de modo que algunos personajes imaginados, entre ellos el protagonista, el fiscal Johann Radmann, se mueven junto a otros que son estrictamente reales, como es el caso del fiscal general Fritz Bauer y del periodista Thomas Gnielka.

De este modo, con virtudes que saltan a la vista y ligeros desajustes, el espectador se erige en testigo de la meritoria y decisiva actuación de un fiscal, Radmann, que decidió luchar contra viento y marea.