Un reto complicado, con enormes riesgos y difícil de sacar adelante, aun más cuando se trata solo del segundo largometraje, tras Redención con Jason Statham, del hasta ahora guionista Steven Knight, que ha sorteado con éxito buena parte de los obstáculos que le cerraban el paso a un thriller psicológico con un único personaje en pantalla, el que asume de forma ejemplar el actor Tom Hardy.

Los demás nombres que aparecen en el reparto han puesto exclusivamente su voz como interlocutores telefónicos del protagonista. En todo caso, un trabajo como éste no sólo acredita, también abre un camino más que sugestivo y prometedor a un cineasta que ha demostrado su talla escribiendo guiones del nivel de Promesas del Este y Amazing Gracey que ahora pretende consagrarse en la realización. Tiene argumentos sobrados para ello. Desarrollada, por si no tuviera suficientes problemas, en tiempo real, en los 85 minutos que se prolonga el viaje que Ivan Locke efectúa desde Birminghan a Londres, la película tiene como único escenario el interior del BMW en el que se desplaza.

Capataz de una empresa de la construcción que está pasando la víspera de una fecha histórica, en la que llevará a cabo el vertido de hormigón más importante llevado a cabo en Europa y en el que se asienta su enorme futuro, Locke ha decidido, sin embargo, no asumir sus destacadas funciones, como hombre clave en la tarea, y a sabiendas que le costará el despido desplazarse a una clínica de Londres en la que va a nacer un hijo que es fruto de una ocasional relación que tuvo con Bethan, una compañera de trabajo. La situación es muy delicada, ya que está casado, tiene dos hijos y tanto estos como su mujer ignoran todo este asunto.

A partir de un guión perfectamente estructurado, que exigió a Steven Knight rodar diez tomas de cada escena para elegir la mejor, el director y guionista va aportando datos sobre esta historia a partir de las llamadas telefónicas que Locke recibe en el teléfono manos libres.