Vicente Bravo es a día de hoy el principal responsable de la heladería La Valenciana, «una institución» en Zamora. Su empresa se ha hecho merecedora del Premio Mercurio de este año, otorgado por la Cámara de Comercio de Zamora.

-Felicidades por el premio. ¿Qué les supone?

-Es el primero que nos dan, no somos recolectores de premios. Estamos muy contentos porque es un reconocimiento para todo el equipo de La Valenciana.

-¿Cómo es un día normal de trabajo en la heladería?

-Pues la verdad que muy agradable. Empezamos a las ocho a preparar, abrimos sobre las once y a partir de ahí a expensas del público, lo que la gente quiera y hasta que la gente quiera. En verano solemos estar hasta la una y media.

-¿Y en invierno?

-Esa es la pregunta del millón. En invierno tenemos menos actividad, lógicamente. El helado es un producto muy asociado al verano, sobre todo en ciudades como Zamora, donde tenemos un invierno tan crudo, a lo que hay que sumar nuestro formato de negocio, que consiste en comprar y salir. La tendencia cambia, pero la gente todavía no se anima a tomar un helado en invierno. Cuando llegamos a los quince grados, a finales de octubre, el helado se acabó.

-El suyo es un negocio que viene de familia. ¿Cuál es la historia de La Valenciana?

-El negocio que conocemos ahora se remonta a 1960, cuando se abrió la tienda que hay hoy. Sin embargo, la historia comienza 30 años antes con mis bisabuelos, que llegaron de Alicante a Fermoselle, porque en Alicante había la tradición de que en invierno se trabajaba el turrón y en verano se iba a vender helado a diferentes ciudades de España.

-¿Cómo ha cambiado el negocio desde entonces?

-Pues empezaron poquito a poquito pero no como heladería, porque el consumo de la época estaba muy asociado a la venta por carro. Los más conocidos eran el de la puerta de la cárcel, el de Valorio y el que estaba donde el Gobierno Civil.

-Tantos años de negocio habrán servido para ver cómo ha evolucionado la clientela de Zamora.

-Yo no lo viví pero cuento con los testimonios de mis padres y abuelos. Más que la clientela, a través del helado se puede ver cómo han cambiado los gustos y los comportamientos sociales.

-¿En qué lo notan?

-El helado es un ser vivo y hay sabores y formatos que tienen que ver mucho con la gente joven. El sorbete, por ejemplo, empezó a funcionar a finales de los noventa, cuando la gente joven comenzó a demandar otro tipo de helado para diferenciarse de sus padres. Cada generación que entra busca diferenciarse de la anterior y tener un punto de autenticidad. Sabores como la «strachatela» son un icono de finales de la época de los ochenta, y nos llevó a hacer cambios en la nata porque veíamos que se vendía muy bien en gente adulta pero en jóvenes no.

-¿Qué explicación da a esto?

-Hay un momento en la adolescencia en que la rebeldía está más presente y buscas diferencias. Con la «strachatela» por ejemplo, aunque parezca una tontería, era la primera vez que un helado crujía. Para vender más nata creamos la nata-nuez y nos dimos cuenta de que la gente que lo compraba era adulta. Y sin estos dos sabores hoy no se podría entender La Valenciana.

-¿Hoy también se notan diferencias entre distintos públicos?

-Los jóvenes demandan sabores más ácidos, como mora o fresa, sabores que realmente no son los más tradicionales pero que se venden muy bien. El público adulto tira más a lo tradicional, como la avellana. Pero con el tiempo todos acabamos igualándonos.

-¿Les ha afectado mucho la crisis?

-Claro que se nota, es imposible que no te afecte. Ha habido un descenso de ventas muy acusado pero hay que tirar para adelante. La ventaja que tenemos es que vendemos un producto en el que es muy fácil adaptar las existencias al nivel de ventas que tenemos.

-Ánimo, que ya entra el verano.

-Ojalá fuera verano todo el año. La gente está más en la calle y eso se nota en lo que vendemos. En los meses que viene es cuando ampliamos el negocio a las mañanas y a las noches porque, entre otras cosas, se acaban las clases.

Zamora, 1973

Heredero de un negocio que se remonta a sus bisabuelos, que llegaron a la provincia desde Alicante para vender helados, Vicente Bravo es a día de hoy el responsable del funcionamiento de la conocida heladería La Valenciana, posiblemente la más famosa de la ciudad. Bravo se muestra orgulloso de su negocio y reconoce que el prestigio de la heladería es una «grata responsabilidad» que ha contraído con el público zamorano. La heladería La Valenciana ha sido merecedora del premio Mercurio, que otorga la Cámara de Comercio de Zamora a los mejores negocios del año en la provincia.