Opinión | Lo común

El gentío

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Público en el traslado de pasos a la carpa.jpg / Ana Burrieza

A los zamoranos, así, en general, como "especie", nos encanta el gentío. No tanto la gente, que son todos menos nuestra familia, amigos y conocidos. Pero el gentío, eso de ver de pronto una masa de gente abarrotando las calles céntricas, las mejores plazas y las omnipresentes terrazas, nos llena, como dijo aquel otro, de orgullo y satisfacción. Y es que lo que para un madrileño o habitante de urbe grande y próspera es normal, para nosotros es excepcional. Así como inesperado, por más que ocurra todos los años y siempre por las mismas fechas. Nuestra existencia cotidiana, ya saben, tiende a lo depresivo, al desánimo y al derrotismo:

–Esto se muere. No hay futuro. Todos se van.

De pronto, sin embargo, llegan fechas señaladas, con la Semana Santa a la cabeza, salimos a la calle y nos cambia la perspectiva.

–Da gusto ver tanta vida. Ojalá así todo el año. Existimos, después de todo. Y algo tenemos que nadie se quiere perder, salvo los tontos que lo ignoran, pobrecitos.

El gentío que nos abarrota estos días es nuestro mayor chute anual de autoestima. Pasamos por alto la incomodidad evidente de tener que pelear hasta por los adoquines, por las mesas de las terrazas, por las mejores vistas para contemplar las procesiones. O la imposibilidad, si eres de la provincia y te acercas también al santo jolgorio de la capital, de hallar fácil aparcamiento. Todo lo damos por bueno con tal de sentirnos parte de algo más grande y más vivo.

Y si así pasa es porque así ha de pasar. Somos animales sociales y no nos basta con que lo de cada uno en particular nos vaya más o menos bien. Necesitamos, en paralelo, sentir que también nos va bien y hay horizonte en lo común, en lo de todos. Nos desazona que, solventado lo propio o particular, llegue eso de que la siguiente generación, nuestro hijos o nietos o parientes más jóvenes, tenga, tengan que irse, emigrar, buscar los garbanzos donde puedan encontrarlos, porque aquí, ¡ay!, los pocos que quedan están repartidos. De hecho, el drama tras el estimulante gentío de estos días es que la inmensa mayoría de los “forasteros” no tiene nada de forasteros: son los zamoranos que han tenido que hacer vida fuera, en otros lugares, donde había oportunidades, salarios y futuro. Los que llegan de pronto y tanto nos animan, son tan zamoranos como los que nos hemos quedado, y algunos más, porque viven con pasión aún más fuerte ese sentido de pertenencia que no se expropia solo con verte obligado a trabajar en otros lugares.

Por eso no deja de ser normal que este gentío nos guste e incluso nos entusiasme. Es un retorno, un regreso y sobre todo un abrazo de cuantos deberíamos abarrotar todos los días estas calles si la maldición del falso progreso no nos condenara a una diáspora sin sentido. Felices días, paisanos.

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