Opinión

Luis Santamaría del Río

De enemigos a hermanos

Un niño pinta en su mano ’stop bullying’.

Un niño pinta en su mano ’stop bullying’. / José Luis Roca

Recientemente se celebró el día internacional contra el acoso escolar, una de esas muchas jornadas conmemorativas que llenan nuestro calendario de recordatorios de la parte más sombría de nuestra (in)humanidad. El tan cacareado "bullying" nos habla de una lamentable normalización de la violencia allí donde debería estar totalmente erradicada. Es terrible que esto suceda donde se encuentran las personas más indefensas –los niños y adolescentes– y precisamente en el entorno en el que se gesta el futuro de nuestra sociedad. ¿Lo que sucede entre los más pequeños en las aulas –y, más allá de ellas, en los patios y en las calles y en las redes sociales– es el síntoma de una cultura del enfrentamiento… o es su germen? Una vez más, declaraciones rimbombantes y preocupaciones lustrosas han llenado minutos y líneas de informaciones. Y hasta el año que viene.

El enfrentamiento entre los seres humanos es tan antiguo como el mundo. El relato bíblico de Caín y Abel nos lo muestra con una gran crudeza. Pero a la vez nos recuerda en qué consiste la violencia y a quién estamos dañando realmente: el otro siempre es un hermano. Víctima y agresor son –somos– hermanos. Y, ya desde el mismo Génesis, las escrituras sagradas de los judíos y de los cristianos son un goteo constante de olvidos de esa realidad de radical fraternidad. Algunos apuntan con el dedo acusador a la Biblia como una colección de relatos llenos de violencia, en un intento de hipócrita cancelación contemporánea, como de tantas otras cosas. Sí: ahí está lo que los creyentes consideramos "palabra de Dios" llena de agresividad, enfrentamientos étnicos y religiosos, guerras y barbaries. Una historia humana llena de oscuridades que sólo son redimidas por la luz del buen Dios.

Un historiador español, Alejandro Rodríguez de la Peña, ha investigado en los últimos años este fenómeno, publicando tres libros que ya son imprescindibles para hablar con fundamento. Porque –no lo olvidemos– la Historia, como decían los antiguos, es "magistra vitae", maestra de la vida. Dos de ellos ("Iniquidad" e "Imperios de crueldad") le sirven al autor para mostrar lo erróneo que es considerar que, en este asunto de la violencia, cualquier tiempo pasado fue mejor: tanto en el nacimiento y la configuración de las grandes civilizaciones como en esa cultura grecorromana de la que siempre hemos querido aprender valores y virtudes… han dejado un reguero de inhumanidad, con millones de víctimas en las cunetas de la memoria. Y volvemos a tropezar con la misma piedra.

La otra obra nos abre a la esperanza. Se titula "Compasión", y nos hace mirar más allá del horror. Porque también hubo una reacción alternativa en la Historia, y "surgió la respuesta, profundamente espiritual y no biológica, de la compasión, que no es más que una empatía sin matices con el sufrimiento ajeno". Los cristianos la encontramos en Jesús. Su parábola del buen samaritano plasma la fraternidad máxima entre dos personas distanciadas por un odio secular. ¿Seremos capaces de llevarlo a cabo en nuestro hoy?

Suscríbete para seguir leyendo