Opinión

Sustituir el calificativo de traidor por el de héroe

En Zamora hemos estado depauperando la figura de Vellido Dolfos

Puerta de la Lealtad, anteriormente conocida como Portillo de la Traición.

Puerta de la Lealtad, anteriormente conocida como Portillo de la Traición.

Parece mentira, pero la cosa ha resultado ser así. Hemos tardado diez siglos en sustituir el calificativo de traidor por el de héroe. Y eso que el personaje en cuestión era uno de los nuestros. O quizás, haya sido precisamente por eso. Pero, al fin lo hicimos hace unos pocos años.

A ningún judío se le hubiera ocurrido decir que David, el héroe que se cargó de una pedrada al gigante filisteo, llamado Goliat, no hubiera sido un héroe por el hecho de haber dejado embarazada a la bella Betsabé, mientras su marido luchaba en el frente de batalla. Y tampoco en «La Ilíada» de Homero, a dudar de Aquiles (El de los pies ligeros) héroe de la Guerra de Troya, por mucho que se supiera de sus lances amorosos con su primo Patroclo. Tampoco a los franceses les asaltó la duda a la hora de reconocer los méritos de Juana de Arco que, por muchos episodios psicóticos que tuviera, ayudó a decidir el signo de la Guerra de los Cien Años.

No es que fuera cosa de ponerse a la altura de ciertos independentistas catalanes, de esos que no se cortan en decir que eran paisanos suyos Cervantes y Colón, pasando por Hernán Cortés o Juan Sebastián Elcano. Pero, es que aquí, en Zamora, hemos estado depauperando la figura de Vellido Dolfos diez siglos, por su actuación ante el acaparador rey de Castilla, Sancho II. Ese que puso cerco a los dominios de Doña Urraca, señora de Zamora, durante siete meses y seis días. Y, precisamente, en un momento en el que ella se encontraba tan feliz gobernando ese rincón heredado de su padre el Rey Fernando I el Magno.

Hemos tardado demasiado tiempo en reconocerlo. Posiblemente, porque el romancero ha ayudado a ello, al tratar de «traidor» a Vellido Dolfos diciendo que «del cerco de Zamora un alevoso ha salido», y otras lindezas por el estilo. Fuera cual fuera la manera de acabar con el rey Sancho, lo cierto es que siempre ha debido haber gente convencida de que Vellido fue un valiente que se jugó el pellejo en aras a romper el cerco a la que estaba sometida la ciudad. A Vellido, por aquello de que «quien manda, manda», en aquel caso el rey, le hicieron pasar a la historia como un traidor, por quitar de en medio a un personaje que hacía lo posible por ejercer de primogénito varón.

De manera que, ayudado por el contenido de algunos romances, Vellido se llevó el sambenito de traidor. Romances que, por otra parte, sabemos que fueron recopilados tres o cuatro siglos después de que fueran cantados por los juglares. De manera que el contenido de los romances tiene el valor que tiene y no más. De hecho, el Cantar del Mio Cid, épico poema que, hasta hace pocos años se decía que había sido escrito en el año 1207 por un autor anónimo, parece ser que no fue así, sino que lo fue en 1095, a decir de una investigadora de la Universidad de Valladolid, es decir, en vida de El Cid.

La investigadora en cuestión, de nombre Dolores Oliver Pérez, aporta datos que parecen demostrar que el autor del poema fue un musulmán, tolerante y culto, muy conocido entonces, llamado Abu I-Walid al Waqqashi. Un musulmán que, teniendo en cuenta los condicionantes de la época, no le debió de quedar otra que barrer para los intereses de Rodrigo Díaz de Vivar y, por ende, del rey, con los que guardaba una excelente relación. Hubiera sido una imprudencia haberse puesto a favor de otros, cuyo linaje e influencias no le pudieran proteger.

De manera que, difícilmente se le hubiera ocurrido a algún juglar poner en solfa la desmedida ambición mostrada por el rey Sancho para hacerse, a cualquier precio, con los reinos que habían pertenecido a su padre, incluida Zamora. Y menos aún a decir que el rey castellano había visto frenadas sus ínfulas acaparadoras debido al empeño puesto por una mujer, la Señora de la bien cercada que, recuperada del plantón que le había dado el Cid, al haber elegido a Jimena para compartir lecho y mantel, decidió cumplir con su obligación de defender la ciudad a toda costa.

No obstante, Urraca, una vez muerto el rey Sancho tuvo que pasar por la afrenta de aceptar una absurda lid que acabó con tres de los hijos del noble Arias Gonzalo a manos de la mano derecha del rey, un tal Diego Ordoñez. Todo ello para dejar en alto el honor de Zamora. Para demostrar que Zamora nada había tenido que ver con el magnicidio, cosa difícil de llegar a creer.

Versión ésta la mía, meramente novelesca, pero no por ello menos ajustada a la realidad que la del panfleto de película que resultó ser «El Cid», en cuyo casting figuraba, sorprendentemente, nada menos que Don Ramón Menéndez Pidal, gran medievalista español. Una versión de Anthony Mann, en la que nada era creíble. Incluidos Charlton Heston, Sofia Loren y el italiano Raf Vallone, cuyos personajes parecían sacados de un western. Eso sí, con un montón de extras cabalgando arriba y abajo por tierras de Valladolid y Peñíscola.

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