Opinión | Cartas de los lectores

Una ladrona de flores anda suelta por Zamora: "Asesina de néctar"

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Ladrona de flores de Zamora

Ladrona de flores de Zamora / LOZ / Rebecca Swafford

Podría tratarse del título de una novela; de una película. No, no. Era una ladrona de flores que iba dejando huecos de silencio en la tierra a plena luz del día. Mientras mordía el sol el aire con rabiosa ferocidad. Lugar: frente a una de las terrazas más concurridas de uno de los bares del entorno de La Marina. Una evidente cojera la delataba tras un vestir de señora decente nacida de buena familia. Arrastraba un carro de la compra entre el césped y la acera con cierta dificultad donde disimulada mente iba introduciendo el cepellón de flores que iba arrancando por los jardines públicos.

Agujeros de silencio y primavera rota iba dejando tras de sí con total impunidad, y una pisada inocente sobre el vacío en la tierra hueca. Ni mi voz de impotencia y reproche hizo mella en su conciencia. Continuó burlando mi indignación y mis palabras que la reprendían desde el otro lado de la calle. Me sentí dueño de las flores; de sus hermosos colores y aromas mas puros.

Ladrona de flores; asesina de néctar. Ella que camina privando flores de libertad y encarcelando su aroma más puro. Mujer insensible, enferma de flores, que pasea con su botín de inocencia atrapada en su carro de la compra. Flores condenadas a sus ojos sin un juicio previo, tan sólo, por ser flores de primavera y de los ojos que un día las vieron brillar al pasar.

Señora madura, torpe para arrastrar el carrito, pero avezada para arrancar de cuajo la maceta que tal vez sirva para revestir por unos días su alma malherida, o velar a sus muertos queridos. Tal vez, sea, tan sólo, coleccionista de flores con las que hacer poesía. Quizá, sólo, un pecado de primavera.

Continua su camino parsimonioso la ladrona de flores. La impunidad la ampara. Disimula, mira y remira desafiante y vuelve poco más adelante a las andadas arrancando nueva recompensa para enterrar otro cepellón de flores en su modesto carro de la compra. Tiemblan las flores a su paso por si son las elegidas. La impotencia y la vergüenza se funden en un abrazo en mis entrañas. Indignación y pena, por ella y por las flores, me llenan de rabia.

Parece tener predilección por las rojas de sangre. La primavera tiembla. El sol se esconde y ruboriza al contemplar desde lo más alto del mediodía la escena que indigna cualquier mirada.

No soy notario, pero dejo constancia de ello y firmo con la sangre de las flores que faltan.

Benjamín Charro

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