La avifauna silvestre y la talla paisajística labrada por el paso del tiempo a un relieve tan impresionante como los farallones del cañón del Duero, y en cuerpos tan duros como el granito, es el espectáculo que salta a la vista de cuantos visitan el Parque Natural de Arribes -hoy Reserva de la Biosfera- para gozarlo sin prisas. Unas 130.000 personas al año según las estimaciones de Medio Ambiente.

Unas trescientas especies de vertebrados, la mayoría aves, y otro medio centenar de especies de anfibios, reptiles y peces suman un museo natural envidiable para cualquier territorio. Pero a este tesoro hay que añadir el sorprendente roquedo, la vegetación y el aspecto fluvial sin cuya presencia Arribes quedaría en nada.

Grandes aves rapaces como el águila real, carroñeras como el buitre o el alimoche y recatadas como la cigüeña negra tienen su hábitat en los cortados de unos cantiles de vértigo, repleto de atalayas y recuévanos, de forma que parecen hechos a conciencia para acoger en su seno a las planeadoras que adoran los riscos. También son propicios sus resguardos para albergar a otras almas de menor peso, pero más festivas e inquietas, como los aviones roqueros o las palomas. O especies sobresalientes y silenciosas como el búho real, de ojos alucinantes.

El visitante tiene, además, la oportunidad de observar en este escenario arribeño un revuelo geológico que enmudece y, asimismo, percibir el contraste que supone la naturaleza en su estado puro con la humanización aplicada por el hombre en las zonas dominadas y cultivadas, también llamativas porque los olivares, la recreación de la pesca y hasta el abandono causan sensación. Un ecosistema manipulado, pero habitado por pájaros dicharacheros y por predadores que no tienen remisión para el infeliz que se descuide.

El Parque Natural Arribes del Duero está para abrir los ojos y no pestañear si uno transita por sus intimidades. Francisco Robles pilota una embarcación que recorre desde Bemposta hasta divisar el desagüe de Picote y sabe que los turistas disfrutan solo por "el silencio" en que se sumen y porque todo en ellos es mirar. Robles ejerce de excelente guía aliándose con las aves residentes para no molestarlas y, al tiempo, permitir que el viajero conozca la realidad. Y es que el cañón del Duero encierra un patrimonio avifaunístico, geológico y floral que, por su belleza, atrae cada año a mayor número de amantes de la naturaleza y, al tiempo, consolida como clientes fijos a los enamorados de un paisaje natural y acuático lleno de vida y armonía. "Un 80% son españoles, y el resto de Portugal y otros países" dice Robles, que alecciona a los pasajeros sobre todo lo que salta y debe verse. En este caso, también forma parte de la expedición un perro, que no cierra los ojos ni un instante.

Silencio y mirada

Si bien las rutas a pie por los senderos de un Parque de 106.000 hectáreas, y otras 85.000 portuguesa, ponen a los ojos encantos y olores de toda naturaleza, los recorridos en barco abren las posibilidades de la contemplación de espectáculos solo visibles desde el interior de un cañón por donde desfila un río Duero Douro estabulado por las hidroeléctricas, un río que va dejando su tributo en las sucesivas presas que jalonan este tramo fluvial que deslinda España y Portugal, y que añaden tanto valor como impacto a la protegida zona.

Así como hay una estación primaveral que colma el espíritu humano con la asombrosa floración que salta a la vista en el espacio protegido, o una estación invernal que sorprende por la fuerza y el salto de las corrientes de agua que vierten al río formando impresionantes cascadas, en estas calurosas fechas el Parque Natural de Arribes satisface las inquietudes de los atrapados por el paisaje y sus múltiples expresiones. Las aves viven en su momento más eufórico y, en casos, crítico. Andan eufóricas sacando adelante a las familias creadas, por las que se desviven, pero es una supervivencia expuesta a azares inciertos. Algunas son presas de las rapaces que sobrevuelan el territorio ansiosas por cazar y alimentar a sus crías, y la crianza de los pollos no está exenta de peligros e injerencias. Las más vulnerables ven como se allanan sus nidos para identificar y marcar a las criaturas como a presos liberados, los tendidos eléctricos se interponen en sus vuelos aunque Iberdrola avance en las medidas correctoras para evitar colisiones y electrocuciones; otras pierden sitio en la competencia con sus iguales y, para mayor desgracia, no están erradicados los criminales disparos o al uso del veneno.

Arribes del Duero es un territorio de imágenes admirables, de naturaleza viva en su totalidad. El propio roquedo muestra en su cuerpo modificaciones y desgarros que evidencian que el tiempo impone su ley.

Arribes del Duero es un territorio de imágenes admirables, de naturaleza viva en su totalidad. El propio roquedo muestra más que visibles en su cuerpo dramáticos desgarros que evidencian que el tiempo impone su ley. Los desgajamientos, en casos brutales, de grandes bloques o lajas dan fe de que nada permanece inmutable al paso de los años o de los siglos. Estos tajos en los farrallones mellan el aspecto físico de los cortados embelleciéndolos y dejan a los turistas absortos.

Son miles de tajaduras, y el claroscuro que lucen revela su tiempo de curación. Francisco Robles considera que el color está en consonacia con el tiempo transcurrido desde el suceso. Hay cortes todavía no descoloridos, y otros donde la vegetación ha comenzado a enraizarse y a revestir el desnudo. Los aviones roqueros han sabido adueñarse de los aleros naturales para nidificar y sacar adelante la prole.

Los restos presentes sobre las vertientes y las fisuras visibles en las paredes ponen de relieve que la evolución sigue su imparable curso y anuncian nuevos cambios en la faz del acantilado. Arribes del Duero presenta una geología impactante e inolvidable, con infinidad de diseños que los visitantes interpretan a su modo por semejanza a figuras humanas o de animales. Ahí están presidiendo un largo tramo "El fraile y la monja" o, en otro punto, "La polla del buey". Es además un mundo de misterios por la abundancia de covachas capaces de esconder murciélagos y seres tan extraordinarios como el búho real. Absorbe la atención del viajero la visión de algunos árboles que se agarran a la vida en zonas casi imposibles.

Estas tallas son las que aprovechan las aves para anidar, para criar y para guarecerse. El buitre se hace visible por su dimensión en diversos asientos, a pesar de buscar el mimetismo con la roca. Es una especie que, en la atalaya, posa con una actitud anodina o filosófica. El alimoche se presenta más activo y su silueta destaca tanto si vuela como si descansa por su blanquecino color. Son dos caras diferentes pero pueden encajar perfectamente a uno y otro lado de una misma moneda. Estas aves son una visión garantizada en Arribes.

Habla la naturaleza

Alto, muy alto, suele cruzar los aires el águila real, que guarda distancias con los viajeros porque su puesto está en las alturas de los cantiles de Peña la Vela y otros puntos ribereños poco accesibles. Aún así, tampoco se libra de la profanación que supone, en aras al conocimiento, el marcaje de los seres que no han alzado el vuelo y que se verán obligados a vivir con elementos impuestos en sus cuerpos. Una cuestión que levanta críticas cuando se pretende actuar sobre todos y cada uno de los nidos y de las criatura. Un momento de especial sensación es cuando Robles silencia el motor, en lo recóndido del cañón, y solo habla la naturaleza. Los pájaros trinan como nadie y hasta el rumor del agua llega a los oídos.

Los viajeros quedan igualmente sorprendidos de la falta de recreación piscícola que existe en la vertiente española, en tanto en la lusa los pescadores gozan de la pesca, de caminos de acceso y no faltan los merenderos construidos con lujo residencial. Es un viaje encantando a un palmo del agua que, sin embargo, tiene una profundidad de casi cien metros. El agua, las aves y las rocas forman en Arribes un verdadero y saludable Parque Natural.