Namibia, Siberia, Etiopía, Cordillera Cantábrica. Son las cabriolas de Jesús Calleja. De lo que hierve a lo que congela. Cada semana un Desafío extremo, en Cuatro, donde se apaña para tener un momento y, mirando a cámara, justo antes de meterse en un hoyo sofocante, una tormenta bíblica, o una subida a los cielos, decir que no está preocupado porque tiene un seguro tan guay que «si pasara algo» lo rescatarían de allí en un pispas.

También hay momentos para sacar un repelente de mosquitos o un protector solar, como en el caso de Namibia, donde la tribu Himba se lo curra con tierra roja y grasa de animal, que además les protege de la solanera. Es decir, Calleja es un hombre atrevido, pero fíjense en sus ropas y concluirán conmigo que también es un hombre anuncio. Lógico. Alguien tiene que pagar esas locuras. Locuras que son muy televisivas, y que en casa, desde el sillón, resultan tentadoras.

Esta es la sétima temporada. No hace grandes datos de audiencia, pero hay entregas en las que supera la media de la cadena, como el 8% largo que hizo la semana pasada, que se fue con su equipo a participar en uno de los maratones más duros del mundo, en Etiopía, donde participan los mejores corredores del planeta porque, como vimos en el programa, desde niños, en condiciones que aquí no pasarían ni los más laxos controles de idoneidad, así los estableciera la gran Lola de Cospedal, que al pensar en diferido ve la realidad a su bola, desde niños, digo, correr es lo normal, lo natural, un deporte nacional.

Fue una entrega apasionada y emocionante. El leonés es de los zumbados que siempre aporta aire fresco, aunque esté en el infierno.