Entrevista | Enrique Crespo Rubio Cirujano taurino y Premio "Antonio Bienvenida" a los Valores Humanos

"La enfermería de la plaza de Zamora es a la que más me debo y la última a la que acudiré"

"Sólo tengo constancia de haber salvado una vida como cirujano taurino, y eso es lo que me llevaré cuando me muera"

El cirujano taurino Enrique Crespo.

El cirujano taurino Enrique Crespo. / Ana Burrieza (Archivo)

Enrique Crespo Rubio es el ángel de la guarda de alas zamoranas que custodia las vidas de toreros y corredores de encierros. Herencia de una saga de reconocidos cirujanos taurinos que han hecho del apellido Crespo, la tierra de Zamora y la cirugía taurina una trilogía indisoluble. El sábado recogerá en Las Ventas el XVIII Premio "Antonio Bienvenida" a los Valores Humanos.

–¿Qué supone para usted este premio?

–No me lo esperaba. Cuando me lo comunicó Juan Lamarca, lo primero que se me pasó por la cabeza fue agradecimiento y honra. Los premios del Círculo Taurino "Amigos de la Dinastía Bienvenida" son muy prestigiosos y que hayan tenido la generosidad de darme el de los Valores Humanos es un orgullo. Estar en la lista junto con Luis Madero o Máximo García Padrós me provoca satisfacción y me gustaría compartirlo con todos los médicos y enfermeros que acuden a las plazas de toros porque creo que es un premio a los valores de todos los que nos dedicamos a la cirugía taurina.

–Se le otorga, entre otros motivos, por su "alta contribución al prestigio de la tauromaquia, su reconocida afición y su abnegada labor profesional que trasciende al ámbito público y social".

–Los valores humanos se tienen que aplicar en la vida cotidiana, no sólo en las plazas de toros. Para mí, tiene la misma importancia atender a Francisco Rivera "Paquirri" que a un héroe anónimo en un encierro. Mi equipo y yo trabajamos igual y, en la clínica donde trabajo, los atiendo con la generosidad que se me permite.

–Recientemente, se ha premiado a otra compañera, Marta Pérez, con el Premio Castilla y León de Tauromaquia. ¿Cree que estos premios suponen un reconocimiento a la labor general de los cirujanos taurinos?

–Indudablemente. La práctica de la cirugía taurina es ingrata, los reconocimientos tardan en llegar. Yo tengo la fortuna de que no ha sido así porque me inicié en esto con mi padre y tuve la suerte de recoger su testigo. Lo de Marta es algo que me congratula mucho porque es una cirujana que va a sitios donde el reconocimiento llega muy tarde y hay que estar allí; no es lo mismo estar en el burladero de la plaza de Sevilla o de Zaragoza, ella está en plazas de pueblo, donde muchas veces no hay recompensa. Me alegró mucho porque es otra manera de reconocer la labor de los médicos en las plazas modestas.

–Es cirujano jefe de la plaza de toros de Zamora. ¿Cómo está su enfermería? ¿Es una plaza especial para usted?

–Tengo la suerte de ser la tercera generación de cirujanos que está al frente de la plaza de Zamora. Para mí, es la mayor honra y el mayor orgullo. Su enfermería está perfectamente dotada y adecuada a los tiempos actuales, la estructura es la que tenía mi tío Dacio en los años 30 y 40, pero el aparataje y la medicación no los tenía. Me siento muy orgulloso de cómo está la enfermería y del equipo médico; cualquier percance que podamos tener, con ayuda divina, se podría solventar. La de Zamora es, sin duda, a la que le tengo más cariño y a la que me debo más y la última a la que acudiré cuando la vida me vaya quitando de otras plazas; a la de Zamora seguiré yendo y, cuando no pueda, procuraré dejar un equipo solvente.

–"Mamó" la vocación y la profesión de su padre, Enrique Crespo Neches, y otros antepasados. ¿Eso pesa?

–Claro. Ser su hijo y cirujano taurino pesa muchísimo, pero me enorgullece y estimula porque nunca podré llegar a la altura de la categoría profesional de mi padre porque fue, posiblemente, una de las tres o cuatro personas que cambió la cirugía taurina en España y el mundo, y así se lo reconoce mucha gente. Me conformaré con dejar la décima parte del legado que dejó él. Mi tío Dacio también fue una leyenda de la profesión, algo de los valores de esa saga Crespo tiene que haber en mí, pero ya quisiera llegar a la rodilla de todos quienes me antecedieron.

– Lleva 45 años de trayectoria profesional. ¿Cómo ha evolucionado la cirugía taurina en estas décadas?

–Empecé a acompañar a mi padre en las plazas en los años 80. Afortunadamente, han mejorado los métodos anestésicos y el aparataje y medicación. Entonces, y más, en los pueblos, todo recaía en la capacidad del cirujano y los ayudantes y practicantes. No ha variado la forma de operar las cornadas, lo que hemos aventajado, igual que en la medicina en general, es la anestesia, que ha revolucionado la cirugía taurina, siempre digo que es el mayor avance.

–¿Peligran el relevo o la vocación?

–Me preocupa la falta de vocación por la medicina y la cirugía en general, que es constatable. Afortunadamente, en los dos últimos años, ha habido un incremento de gente joven, médicos y enfermeros, que quiere ir a las plazas a ver "in situ" cómo son y se operan las cornadas. Pero es un problema real; el año pasado, en Castilla-La Mancha, se han suspendido festejos porque no encontraban equipo médico o no había enfermería. Una razón por la que sigo yendo a las plazas es para formar a la gente y que sepa cómo desenvolverse en el quirófano, que no tiene nada que ver con el de un hospital.

–¿Para ser buen cirujano taurino hay que ser buen aficionado?

–No. El primer ejemplo soy yo. Cuando empecé, ni me gustaban ni dejaban de gustarme los toros, iba porque todo el peso recaía sobre el cirujano, que contaba con los medios mínimos. Padilla me dijo una vez que no quería que lo atendiese un médico aficionado, sino un equipo médico en condiciones y así lo veo yo. Ser aficionado por supuesto que ayuda, primero, porque conoces al torero, que tiene una ideología e idiosincrasia muy especial y sólo compartiendo horas en los callejones, te das cuenta de que son personas distintas y, como pacientes, también lo son, y estar con ellos te ayuda a entenderles. Y, desde el buraldero, ves los peligros del toro, si se cuela por un pitón...

–¿Qué siente cuando salva una vida?

–Hasta que no pasan unos días, no duermo ni dejo de darle vueltas a si podría haberlo hecho mejor. La satisfacción profesional y personal que he tenido en una plaza de toros no la he tenido en 40 años como traumatólogo. Sólo tengo constancia de haber salvado una vida en una plaza de toros y eso es lo que me voy a llevar cuando me muera.

–¿Qué opina de la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia?

–Que quiten un premio simbólico no me preocupa mucho. Tiene una clara actitud revanchista. Que no den el premio de la tauromaquia, cuando tiene una factea artística que entiendo que mucha gente no lo sepa apreciar, a mí me costó mucho, pero, sobre todo, tiene una faceta cultural y tradicional a lo largo de los siglos en España que no se puede obviar; quien intente obviarla se equivoca. Los toros forman parte de nuestra esencia, de nuestra vida y de la de nuestros antepasados muchos siglos atrás y, probablemente, seguirá haciéndolo en un futuro.

La mejor respuesta a esa decisión es que miren lo que hizo Morante cuando se lo dieron: donar el dinero a la Casa de la Misericordia para atender a los desvalidos. Eso hace la gente del toro.

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