Había mano de obra necesaria y medios financieros suficientes para efectuar un largometraje de animación digno, aunque lejos de las coordenadas artísticas y técnicas del cine de animación de las grandes multinacionales norteamericanas, y lo cierto es que no se ha desaprovechado la ocasión.

Aunque estemos ante un producto menor del género, es indiscutible que el curriculum del director Christopher Jenkins ha obrado virtudes que apreciarán, sobre todo, los espectadores menudos. El más destacado es que Jenkins trabajó treinta años al servicio de estudios de animación de la talla de Walt Disney y DreamWorks, lo que le permite unas indudables dosis de autoridad en la materia. Además, la cinta se ha filmado en el complejo de Original Force Animation, una productora china que se está abriendo un camino en un ámbito cada vez más rentable.

Siguiendo, como es lógico, unas pautas que recuerdan el estilo de Disney, lo que nos ofrece Jenkins, pensando por encima de todo en los más pequeños, es un cuento con formato de humor centrado en la figura de los gansos y de los patos, unas aves de corral por lo que siempre ha sentido una enorme simpatía. En concreto, el protagonista es el ganso Max, experto y de vuelo rápido gracias a su gran pericia, y las dos crías de pato Chao y Chi, que se han extraviado del grupo con el que pretendían llegar a una ciudad cercana.

Ahora Max prepara el viaje que debe llevarles a tierras más cálidas antes de que llegue el invierno, pero su carácter independiente le impide valorar el trabajo en equipo y asumir responsabilidades.

La calidad del diseño es una de las virtudes de una película que solo pierde vitalidad fruto de algunas reiteraciones obligadas para alcanzar el reto de los noventa minutos reglamentarios de metraje. Por suerte, la elección de paisajes, sobre todo de China con las montañas de Guilin y los bosques con sus hojas de tonos ocres y amarillo, sin marginar la propio Gran Muralla, es otro factor estético de peso. No falta el villano de turno, el gato silvestre Banzou.