Podía haber sido una comedia redonda y, sobre todo, infestada de muy mala uva, pero es una pena que desista de objetivos más ambiciosos para contentarse con desatar algunos momentos divertidos y poco más. Porque es cierto que el director argelino Mohamed Hamidi, autor de cuatro largometrajes de los que dos han llegado a España, Mi calle y La vaca, nos sorprende con una media hora brillante en la que asistimos al análisis fiscal de una firma casi en quiebra que se ha instalado en la defraudación para abrirse paso en el mundo empresarial, pero el problema es que se empeña en forzar un final feliz que está demasiado alejado de los márgenes de la realidad.

Naturalmente, el tinglado se desmorona así un tanto. Ganó el Premio Especial de la Audiencia en el Festival de Cine de Comedia de Alpe d'Huez(Francia). El lugar escogido para abrir la empresa es un barrio de las afueras de París, Courneuve, que es uno de los que poseen el índice de inseguridad más elevado y que por ello se ha elegido. Tanto es así que el empresario, Fred Bartel, jefe de una agencia de comunicación, no parece dispuesto a apostar por un futuro con claros indicios de riesgo. Un planteamiento que cambia radicalmente cuando se asegura que el proyecto de urbanización incluye, entre otras cosas, mejoras en la comunicación y en los transportes con París.

Las cosas empiezan a cambiar de signo, ahora en sentido positivo y afectan no sólo al tema laboral, también y de forma paulatina, al personal, una parcela muy importante en una persona como Fred que no ha superado todavía la separación de su esposa y que colabora de forma muy forzada en la educación de su hijo adolescente.

En fin, que asistimos a un proceso de transformación increíble en lo referente a su plantilla, que antes apenas podía disimular su desidia y ahora es modélica en el trato y en las nuevas tecnologías. Lo que parecía, pues, un infierno y un grotesco lugar de prácticas se transforma en un marco ejemplar. Todavía queda, aún así, algún detalle eficaz pero ya hay que buscarlo con lupa.