Lleva a la pantalla con una dignidad considerable una parte decisiva de la vida de Colette, una de las escritoras que más y mejor contribuyeron a cambiar el estatus social de la mujer en un momento decisivo, de finales del XIX a comienzos del XX, cuando el modernismo se abría paso en París contra viento y marea pero todavía estaba lejos la conquista de la igualdad de sexos. Se ha convertido, por ello, en un personaje fascinante en el seno de la literatura que pasó de estar sometida y casi esclavizada a los designios de un marido machista a convertirse en una precursora de la igualdad de derechos. Una figura, en suma, que reclamó la atención del director británico Wash Westmoreland que ha podido, por fin, tras varios años de dedicación al tema, sacar adelante una película que está casi a la altura del empeño. Lástima que su colaborador de siempre y su pareja, Richard Glatzer, a quien está dedicada la cinta, no haya podido compartir la dicha porque murió poco antes de iniciarse el rodaje.

Con un trabajo también encomiable de Keira Knightley, en el papel de Arlette y de Simon West, que da una certera visión del primer marido de aquélla, el espectador va entrando en detalles de la personalidad de una mujer que supo capear el temporal que se le vino encima cuando dejó de forma súbita la granja en la que se crió para establecerse en un París que irradiaba modernismo por todos sus poros y que apuntaba ya como una capital adelantada en cuestiones culturales. Son los años en que conoce a Willy, un escritor en baja 16 años mayor y cuya capacidad de seducción utilizaba para aprovecharse de sus conquistas. Lo hizo con especial saña con Colette, que se convirtió en su "negro", de modo que le escribía numeroso libros de gran éxito que firmaba él, especialmente la serie en gran medida autobiográfica de Claudine. La parte más interesante transcurre en una segunda mitad en la que Colette no oculta su atracción por las mujeres.