Es un nombre, el de Dan Fogelman, que hay que apuntar en la agenda como uno de los directores norteamericanos con más futuro y si ya en cine su opera prima rodada en 2015, Nunca es tarde, apuntó formas y maneras para contar una historia dramática, en Como la vida misma, con formato de saga emocional y con un reparto envidiable, en el que coinciden nombres de la talla de Annette Bening, Mandy Patinkin, Antonio Banderas, Olivia Wilde y Oscar Isaac, apunta nuevos logros en la misma dirección. Recordando, por supuesto, que es también responsable único del guión.

Lo que más reclama la atención en su segundo largometraje es su recreación del clima de terrible intensidad que aflora cuando uno menos se lo espera y con capacidad para provocar un dramatismo impactante que no deja indiferente a nadie. Desde luego no pasó inadvertida en el Festival de Toronto, donde fue incluida en la sección Galas. Es la historia de amor de Will y con un considerable peso romántico se enmarca en principio por la vía más convencional, abrigando el romance entre dos universitarios que han decidido, después de que comprueban que van a ser padres, unir sus vidas y esperar el futuro con todas las expectativas. Desgraciadamente, las cosas no son tan simples y la entrada en juego de factores totalmente inesperados dan lugar a unos giros que ponen de manifiesto peligros y los riesgos de la vida cotidiana.

La muerte impone sus reglas, a veces con vocación propia, trasladando la acción a España. Es el momento en que irrumpe la vertiente solidaria de la cinta, rodada en Nueva York y Carmona (Sevilla), como coproducción entre EE UU y España.

La película es interesante a pesar de que no entra de lleno en todos los elementos clave de la misma, sufriendo algún ligero percance en la elección del final. No se pierde el verdadero sentido de lo que vemos y es espléndida la forma en que Banderas cuenta a Peris Mencheta su azaroso pasado y el encaje de los personajes en un relato con toques de calidad.