Una debacle en grado sumo. No puede calificarse de otra manera esta desdichada versión de las aventuras de dos de los personajes más famosos de la literatura de intriga, Sherlock Holmes y John Watson, creados por el escritor británico Sir Arthur Conan Doyle. En su afán por acercarse a los dos detectives desde un ángulo cómico, no se ha hecho otra cosa que desvirtuar y, sobre todo, devaluar los factores esenciales que han logrado que esta pareja entrañable traspasara las fronteras de todo el mundo.

Por eso es todavía más penoso verlos sumidos en un relato tan burdo y torpe como éste. Se comprende que la película fuese la «triunfadora» en todas las categorías importantes, es decir peor película, secuela o remake, director y actor de reparto, de los premios antioscar, los Razzie Awards. Segundo largometraje del director israelí Etan Cohen, que inició su carrera en la gran pantalla con un título también fallido, Dale duro en 2015, sus escasos noventa minutos suponen una antología del peor cine de humor. Da la impresión de que lo que se ha pretendido es dejar vía libre para que los dos protagonistas, Will Ferrell y John C. Reilly, hagan lo que les viene en gana para intentar divertir al público, sin tener en cuenta que lo único que conseguían era todo lo contrario, aburrirlo e irritarlo.

Lo peor es que ni siquiera alcanzan el nivel, también bajo pero menos, de las dos cintas que interpretaron previamente los dos actores, Hermanos por pelotas y Pasados de vueltas. Sin duda el que Ferrell sea a la vez productor y haya tenido más poder a la hora de tomar decisiones, ha contribuido a empeorar las cosas. Desde que comienza la proyección, con la aparición de un cadáver en la tarta de cumpleaños de Holmes en el Palacio de Buckingham, se inicia también una sucesión de situaciones estúpidas que rozan lo grotesco.

Es evidente que detrás de este suceso está el eterno enemigo del detective, Moriarty, empeñado en acabar de una vez con él. Esta vez parece que la cosa va en serio y la amenaza de muerte afecta, incluso, a la propia Reina e iría acompañada de la destrucción de uno de los más destacados monumentos de Londres. En fin, que Holmes y Watson se ponen en marcha con toda su experiencia como garantía, pero sin renunciar nunca a la tontería como vehículo de los fotogramas.