Carece de todo lo que necesitaría una película semejante para impactar de lleno en el espectador y conseguir envolverlo en una red criminal elaborada por un muñeco ciertamente infernal.

Ni siquiera está al nivel de la cinta original, que dirigió Tom Holland en 1988 y que interpretaban Catherine Hicks y Chris Sarandon, de la que esta que ahora vemos es su primer remake para la pantalla grande.

Nadie pone en duda que los resultados dejan bastante que desear, de forma que buena parte de los errores hay que atribuirlos al director Lars Klebverg, que no ha estado muy inspirado en su segundo largometraje, rodado solo unos meses antes que su opera prima, Polaroid, no vista en las pantallas españolas.

Aunque la figura del célebre Chuky, que es la marioneta que cobra vida cuando sale al escenario, ya se ha exprimido en numerosas ocasiones, incluyendo una serie de televisión que tuvo aceptables niveles de audiencia, sigue movilizando a un auditorio que hace frente a un tema tan siniestro como el de la infancia asesina. Lo más impactante del asunto, y lo que ha suscitado un aluvión de pesadillas, es que Chuky está poseído por el alma de un asesino en serie.

La novedad relativa que emerge en esta nueva trama es que aporta un considerable peso a la figura del detective Mike Norris, un joven agente que vive en el mismo edificio de Andy y Karen y que está inmerso en la investigación de diversos crímenes.

A pesar de que el realizador se vale en alguna ocasión del plano impacto para dar cobijo al miedo y a algún que otro susto, no se exageran los términos de esta metodología terrorífica. Por otra parte, la cinta pone de relieve los avances tecnológicos que se han producido desde que se hizo la primera versión de cara a hacer viable que sus poderes sean superiores.

Lo peor de la película, sin duda, es que no convierte al público en su cómplice ante las dimensiones asesinas de un muñeco y tampoco logra mantener el ritmo de un argumento que no muestra sus verdaderas armas. Por eso y porque no destierra el tedio, en ocasiones se viene abajo y reafirma sus evidentes defectos