Pues sí, la fiebre también ha llegado al mundo rural. De un tiempo a esta parte es raro no toparse diariamente con noticias, reportajes y documentales relacionados con eso que hemos denominado España vacía, España vaciada, España olvidada, etc., por utilizar algunas expresiones célebres que han conseguido abrirse camino para reflejar, más o menos, los problemas y las oportunidades de nuestros pueblos, que es tanto como hablar del presente y, sobre todo, del futuro de las personas que residen o aspiran a hacerlo en ese extenso territorio que seguimos llamando “rural”. Estos intereses y preocupaciones también se observan en los centros de operaciones de una infinidad de instituciones, administraciones, empresas, entidades y organizaciones sociales, que supuestamente revelan su interés por los desafíos de estas zonas y de sus buenas gentes. Por ejemplo, en los últimos siete días, he localizado más de 50 referencias sobre estas temáticas en los medios de comunicación que consulto habitualmente. Y así semana tras semana.

¿Qué está pasando para que este renovado interés por el mundo rural haya alcanzado una categoría histórica? Algunas personas consideran que la maldita pandemia tiene mucho que ver; es decir, que el supuesto incremento en la demanda de viviendas en los pueblos para el teletrabajo y la búsqueda de espacios más amplios para vivir pueden explicarlo. Ahora bien, digo “supuesto incremento” porque mientras que el Instituto Nacional de Estadística no publique las cifras del padrón continuo de habitantes de 2020, todo quedará en hablar por hablar. No obstante, si las hipótesis se confirman, es decir, que el incremento de población en muchos pueblos es una realidad, entonces habrá que darle las gracias a un virus, que habría conseguido un milagro, esto es, que “muchas” personas, familias, trabajadores, etc., hayan decidido iniciar un nuevo proceso de desarrollo personal y profesional en muchos pueblos. Por tanto, si fuera cierto, un maldito virus habría sido la mejor campaña de atracción de nuevos residentes en el medio rural.

Pero ya saben que la fiebre llega y, en el mejor de los casos, se va. Lo cual siempre es un indicio de mejoría de la salud del enfermo. En esta ocasión, sin embargo, sería todo lo contrario: si decae el interés, es decir, si la fiebre por el mundo rural empieza a menguar, entonces habría que replantearse muchas de las declaraciones y reflexiones que estamos escuchando durante los últimos meses y, de manera particular, las supuestas buenas intenciones que se esconden tras la inflación de los nuevos proyectos, programas e iniciativas que se vienen anunciando por todos los rincones de la geografía nacional. Yo espero que esta fiebre no decaiga y que nos acompañe durante muchísimo tiempo. Será una señal de que algo ha empezado a cambiar no solo en el mundo rural sino sobre todo entre quienes tienen la posibilidad de decidir, con la aprobación de leyes, normas y reglamentos, el presente y el futuro de las personas. Ya saben de qué hablo y a qué me refiero. Suerte, pues, y que la fiebre rural sea lo más duradera posible.