Los balcones se llenan de gente clamando una esperanza. Una vereda al aire fresco saluda a unos sanitarios que por minutos ven a sus familiares mientras se aíslan tras una puerta. Una sociedad que pasa del afecto más inmediato a la atónita distancia.

La España que no quiere ser olvidada

Mientras las ciudades se llenan de ruido a las ocho de la tarde, los pueblos no reciben ni el eco de ese apogeo. En esos pueblos asimilan que su vida no ha cambiado mucho, ya que durante los meses de la pandemia tampoco había nada de que hablar. Sin embargo, comparten los mismos problemas que los de las grandes urbes porque encaran su futuro con la misma preocupación.

Niños que de pasar las tardes jugando a la pelota por calles vacías, ahora miran por la ventana. Son la posible esperanza de una parte de la sociedad cada vez menos arraigada y que no sabrán si se quedarán o, como muchos otros, se irán. Tan jóvenes y también tan viejos como un señor que tiene que ir a por el pan a la tienda del pueblo. ‘‘Sal, aunque sea diez minutos, así puedes hablar con alguien’’ le dicen. Es uno más de muchos que no tiene familia, que no tiene más que la gente colindante a diez metros de distancia y que por circunstancias de la vida, ahora solo le queda un televisor que durante horas y horas emite con preocupación una situación desbordante. La mal llamada España vaciada a la cual también acusan de olvidada.

Los sanitarios no solo están en condiciones extremas sino que también son trasladados y alejados fuera. Es decir, en una crisis sanitaria se decide cerrar el ambulatorio municipal y trasladarlo a kilómetros de allí. Como resultado, pensionistas que necesitan el sintrom diario acuden a coger el taxi del pueblo para ir hasta el ambulatorio abierto más cercano y allí poder medicarse. ¿Cómo explicamos que hay matrimonios jubilados que entre los dos no cobran ni 400 € y en medio de una crisis sanitaria se les obliga a sumar el gasto en transporte para poder medicarse? Al final, sí que están olvidados.

Padres que hablan con sus hijos con la esperanza de verlos pronto porque no son tiempos de reencuentros. Meses y meses que pasan para evitar ponerse en riesgo, pero que hacen más fuerte la morriña. Es ahí donde reside la esperanza, el ‘‘cuídate y no te juntes con nadie’’ porque es la única manera de asegurarnos que te podrán volver a ver. La distancia en tiempos de pandemia se resume en la esperanza de que todos estemos bien. No sabemos si se saldrá o no, pero al menos que aquellas personas que tenemos lejos, estén sanas.

La España Vaciada asume que esos hijos, que un día marcharon a encontrar el futuro que sus padres no pudieron tener, vuelvan a casa lo más pronto posible. Porque de algo estoy realmente seguro y es de que nadie podrá olvidar las verbenas, las tardes en los caminos y los cielos oscuros llenos de estrellas. No está vaciada porque esta llena de sueños, de proyectos de futuro e ilusión por vivir. Por vivir allí, por volver a casa con los suyos sanos y salvos.