Opinión

Soy un tibio

Llamo a gritos al bombero que cada uno lleva dentro para que denuncie y apague el incendio provocado por las idioteces de aquellos que votó

Ilustración

Ilustración

Cada vez tengo más clara, y así se lo hago saber a mis alumnos, con poco éxito en general, la importancia de leer y escuchar las noticias por cualquiera de los medios de los que ahora disponemos, porque estoy convencido de que para ser es fundamental estar, pues solo sabiendo el mundo y el momento en el que se está se puede tener verdadera conciencia y consciencia de quién se es y qué se pinta en este mundo si no se quiere ser solo parte del paisaje.

Aislarse del mundo a la manera de los renacentistas como fray Luis de León con su "Qué descansada vida", o a la manera moderna de ensimismarnos en la pantalla de nuestro dispositivo de última generación viendo la vida de otros o esperando los me gusta a lo que colgamos, todo ello muy feliz para seguir con la tónica institucionalizada de que hay que ser feliz por encima de todo y de todos, como si ser feliz fuera un derecho y no una lucha diaria; aislarse del entorno, digo, supone negarnos como seres humanos y, por lo tanto, políticos. O sea, supone negarnos como actores de la sociedad, porque es en sociedad en donde podemos ser nosotros mismos y lo demás son coñas del buen salvaje rousseniano, que, de ser ciertas, seguiríamos arrastrando piedras, con taparrabos, o ni siquiera, y sin calefacción y, por supuesto, sin poder leer un periódico. Menudo panorama de felicidad.

Viene esto a colación de que escuchaba el otro día una entrevista, le reconozco a mi hija Gala mi adicción a la radio, al actor y cantante argentino Diego Torres que, preguntado por la situación política en Argentina, se definía como un tibio, como denominan allí a quienes no son ni de derechas ni de izquierdas.

Según lo escuchaba me vino a la mente lo que estamos viviendo en España desde al menos los últimos quince años en los que se ha instaurado en la política que o se está con los unos o se está con los otros, o sea, contra los otros, y ello sin matices y a tiempo completo, con independencia de los vaivenes políticos, incluso de los vaivenes de los representantes de uno y otro lado que hemos elegido. Da igual, hay que apuntarse a uno de los lados sin fisuras y sin críticas, sean o no constructivas, porque "ellos", los que hemos elegido para que nos representen no es que sean los más listos, sino que incluso predicen lo que nos conviene a pesar de que ahora, míseros ciudadanos que les votamos, no nos demos cuenta.

Si quienes nos representan en la política han dejado de ser eso, representantes de nuestras voluntades, y se han convertido en los gurúes, brujos, sabios, o dioses de la tribu, entonces solo cabe estar con los unos o con los otros, tradicional planteamiento maniqueo y simplista que acaba a hostias y que nuestros acomodados políticos no ven, y si lo ven es para darles a ellos una manita, pero que en las calles, sobre todo de los pueblos, se percibe y se vive en cada barra de bar. Lo mismo es que, como dice mi querida Ana Olivares, a demasiada gente le faltan muchos bares.

Mi tibieza me lleva a ser crítico y a reconocer lo que de bueno tienen los unos y los otros, pero sobre todo a reconocer lo malo de los míos. Y esto es lo que echo en falta en los últimos años

Pues un tibio soy, lo que presiento que me acabe generando hostias por todos los lados. Y lo soy porque mi tibieza me lleva a ser crítico y a reconocer lo que de bueno tienen los unos y los otros, pero sobre todo a reconocer lo malo de los míos. Y esto es lo que echo en falta en los últimos años: la censura y crítica, incluso ácida y hasta agresiva, con aquellos a los que hemos elegido para que nos representen. Que no es y tú más y peor, sino que nosotros no, nosotros no hacemos eso y justo porque no lo hacemos se lo criticamos a los otros con toda autoridad y no permitimos que donde se dijo digo ahora se diga Diego, lo haga quien lo haga. Y porque nosotros no somos como ellos, puestos ya a la dicotomía, a la puta calle precisamente tú que eres de los míos, porque te he elegido para que me representes y mi palabra vale por encima de todo y, desde luego, muy por encima de ti que dependes de mi voto. Y no lo olvides por muy de los míos que seas.

"Muera la inteligencia" dijo, o no, Millán Astray, y parece que casi cien años después de esas palabras estamos en ello, en los "hunos y los otros" de Unamuno, uno de tantos intelectuales que lo mismo valen para un roto que para un descosido, especialmente para quienes no han leído más allá de su nombre.

Frente a esta simplista visión de la realidad reivindico mi tibieza y con ella mi irrenunciable capacidad y libertad para expresar que esto no va de todo o nada, de conmigo o contra mí, sino de denunciar desde dentro los disparates de los que sentimos como de los nuestros para tener la autoridad de denunciar los disparates de los distintos, y todo ello solo con un fin, el único lícito: que sigamos siendo una democracia de derecho y social, porque cualquier otra opción es la tragedia, la nuestra como individuos, no lo olvidemos, y como sociedad.

Millones y millones de muertos ha costado a la Humanidad llegar hasta aquí y los muertos, sobre todo cuando son más de uno, son una mera estadística, pero detrás de cada uno de ellos había una familia, ilusiones y proyectos. Quizás no pretendían cambiar el mundo, pero sí su vida, la de los suyos y, con ello, la de todos los que aquí estamos, así que qué menos que respeto por cada uno de ellos.

Escribe Umberto Eco que "El intelectual debe denunciar los vicios de la sociedad; si se desata un incendio en un teatro no puede sentarse en una silla a recitar poesía: tiene que llamar a los bomberos, como haría otro ciudadano". Pues eso, que desde aquí llamo a gritos al bombero que cada uno lleva dentro para que denuncie y apague el incendio provocado por las idioteces de aquellos que votó y luego continuar procediendo con el mismo ímpetu con las de los otros. Lo demás no diría yo que es hacer poesía, pero sí me atrevo a decir que es padecer el "síndrome de inmunodeficiencia social" del que hablaba el otro día en una entrevista José Antonio Marina. O, hablando en plata, hacer el imbécil por no ver que en demasiadas ocasiones nuestros representantes "muestran una evidente tendencia a olvidar que no son más que unos mandados –nuestros mandados– y suelen convertirse en especialistas en mandar", como escribió hace más de treinta años el entonces aclamado y hoy denostado Fernando Savater.

No osaré llamarme intelectual, y menos después de los citados en estas líneas, así que me declararé tibio, como Diego Torres, que, a fin de cuentas, como escribió el poeta latino Propercio, "este siglo no cambiará mis costumbres: sepa cada uno ir por su camino".

Suscríbete para seguir leyendo