Opinión

Del ponme una miaja moje, al ¡ahí mismo!

Siempre que sea posible deberíamos concretar en cifras las cosas que así lo permitan

"Ponme una miaja moje", le decía el parroquiano al dueño de la tasca donde hacían unos callos a la zamorana para chuparse los dedos. El cliente quería decirle que la ración que le había servido andaba escasa de salsa para poder mojar el pan como Dios manda, que era lo que más le gustaba. El mesonero le añadió un poco más, pero sin saber a ciencia cierta si continuaba siendo insuficiente, o se había pasado de la raya.

Y es que, como mínimo existen nueve vocablos para definir el tamaño o la proporción de las cosas. Desde "enorme", como la de mayor enjundia, hasta "mínimo"; pasando, de mayor a menor, por "grandísimo", "muy grande", "grande", "mediano", "pequeño", "muy pequeño" o "pequeñísimo". Es decir, mediante el uso de adverbios o adjetivos, aumentativos o diminutivos definimos los tamaños y las proporciones.

Ninguno de ellos expresa con precisión la longitud, el volumen, el peso, o cualquier otra característica. Solo sirven para hacerse una idea de qué va la cosa, siempre y cuando se conozca, con cierto grado de detalle, de qué se está hablando.

Si en lugar de decir esos adverbios o adjetivos, fuéramos capaces de precisar si se trata de tres centímetros cúbicos, o de cien gramos de peso, por poner por caso, podríamos estar seguros de lo qué estamos hablando.

Ocurre también cuando se trata de definir lo bueno y lo malo. Aunque, en este caso, no queda otra que utilizar términos imprecisos. Porque, tanto lo bueno como lo malo son conceptos relativos. Convencionalismos que se miden mediante estándares; y los estándares responden a estimaciones, es decir, a criterios, no al rigor que puede dar una medida. Incluso, a veces, puede ser función del grado de percepción de una persona concreta, como ocurre en las relaciones amorosas, o en el grado de satisfacción que pueda reportar la contemplación de una obra de arte.

Por eso, siempre que sea posible deberíamos concretar en cifras las cosas que así lo permitan, dejando aparcados, para otros momentos, adverbios y adjetivos. Así dejaríamos de caer en esa manida costumbre de decir que para comer bien hay que ir a determinado restaurante porque los menús son muy sabrosos y abundantes. Porque ambos conceptos dependen del gusto y del apetito de cada uno. A pesar de ello, hay quien se atreve a decir que con un plato pueden comer dos personas. ¿Y por qué, ya puestos, no podrían comer tres o cuatro? Todo sería cosa de tocar a menos croquetas por barba. Aunque nada tenga que ver la contundencia de las croquetas con la de los filetes de cachopo.

Esto viene a cuento de un diálogo, nada inusual por lo cotidiano, que viene reproduciéndose cualquier día, en cualquier parte. También en Zamora. El sábado pasado, sin ir más lejos, tuve ocasión de escucharlo teniendo como protagonistas a un turista y a un paisano: "¿Dónde está la catedral?", preguntaba el turista. Y el aborigen le respondía "¡Muy cerca! ¡Ahí mismo!". El turista no sé lo que llegaría a interpretar. Supongo que lo que le dictara su leal saber y entender. Lo que fuera, pero en función de lo que para él significaran los conceptos "cerca" y por "ahí mismo". Dependería también de si el visitante vivía en una gran ciudad o en un pueblo apenas habitado. De si le gustaba o no caminar. Estoy seguro de que aquella repuesta no le ayudó, en absoluto, a saber si se encontraba a cien metros, o a dos kilómetros de distancia.

Otro paisano, pretendiendo ser más riguroso, habría podido decirle "¡caminando agudo está a cinco minutos!" sin caer en que lo que para algunos andar a cinco kilómetros a la hora no es ir deprisa, y para otros hacerlo a la mitad de velocidad es ir echando el bofe.

No violento mi opinión si digo que el parroquiano que reclamaba más "moje" para alegrar los callos a la zamorana tenía difícil precisar mejor lo que deseaba, pero no así el que asesoraba al turista que quería acercarse a ver la Catedral. A este último poco le habría costado decirle que se encontraba a trescientos metros rúa arriba.

Claro, que peor es preguntar por dónde se va a determinado sitio y te contesten que "tirando a la derecha", pero señalando con el brazo "hacia la izquierda", como me ocurrió repetidas veces, viajando por la Galicia profunda, hace unos cuantos años.

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