Toro, en brazos del Cristo del Amparo
El Cristo del barrio de San Antón y la Trinidad abre los brazos al amor de los hombres
Los sonidos inconfundibles, inquebrantables, de la matraca y el bombardino han vuelto a remarcar que era noche de Lunes Santo. La noche del Amparo que da cobijo al barrio austero, a Toro entero. El Miserere cantado por el coro de la Trinidad en la iglesia de Santa María de Arbas ha sido el preludio a la procesión penitencial protagonizada por la imponente talla del Santísimo Cristo del Amparo.
La imagen del Crucificado, atribuida al taller de Juan de Juni, ha desfilado esta vez en las andas de la Cruz desnuda de la cofradía de Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla, prestadas por al hermandad de Santa Catalina para aliviar el peso sobre los hombros de los cargadores.
Estos han dirigido sus pasos, en un nuevo recorrido distinto al habitual, hacia el Solejar, donde han continuado hacia el Puerto de la Magdalena. Allí les ha hecho detenerse el Cristo, que se ha colocado mirando de frente hacia las "barranqueras" para recordar con un Padrenuestro a quienes en algún momento cruzaron al otro lado de la vida.
Las capas castellanas y los faroles de forja de los cofrades siguieron su camino hacia la calle Judería, para llegar finalmente hacia la Glorieta. Allí, con el Cristo presidiendo la escena, María Ángeles García ha dado lectura al Manifiesto. Un discurso plagado de recuerdos, vivencias y sentimientos y también, de peticiones para los vecinos, los habitantes de la "España vaciada" o de la "vieja Europa", "amenazada" por la guerra.
Las notas de "La muerte no es el final", entonada en las voces de la Asociación Musical "La Mayor", han recordado que aquella "no es el final del camino". Un camino que el Crucificado ha seguido más tarde para llegar hasta su ubicación en la Colegiata de Santa María la Mayor.
Uno de los momentos más esperados de la procesión ha sido el canto del himno "Padre", entonado de nuevo por las voces de "La Mayor". "El amparo de un Dios muerto que es la vida..." presidía la escena el Cristo, abriendo sus brazos sobre las cabezas de toresanos, ofreciéndoles la advocación que lleva por nombre. "Resucita a los que mueren de camino"...
Y el Cristo retornó a la Colegiata. Y allí enmudecieron el bombardino y la matraca porque sólo al finalizar el Lunes Santo, cuando el Crucificado de la protección asoma, sus sonidos inconfundibles volverán a anunciar que es la noche del Amparo.
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