A veces pasa. La televisión se torna un medio de comunicación químicamente puro, y brota la alquimia, la magia, el derechazo al corazón. Ha sucedido a lo largo de 'Tabú', los siete capítulos que Jon Sistiaga ha dedicado a retratar los pecados capitales, de los que aún queda pendiente de emisión el orgullo.

Si tuviese que quedarme con un momento lo haría con ese en que el actor Lluís Homar se confiesa ante las cámaras, en lo alto de un faro, de su pecado de envidia. Lo cuenta sin eufemismos. Y cita a su hijo Unax, que un buen día le sacó los colores cuando, compartiendo una entrega de premios, le dieron uno a su buen amigo Eduard Fernández (se lee Eduárd, no Éduard, que es catalán, no inglés). El bueno de Unax reprochó a su padre cómo no se alegraba por su amigo. Pero Lluís bastante tenía con lo suyo.

Junto a Jon Sistiaga reconoció que en el momento de la envidia sentía algo parecido a enfrentarse al vacío, al precipicio. Otra anécdota. Cuando en el rodaje de 'Reinas' el director Manuel Gómez Pereira se acercó a Marisa Paredes a felicitarle porque había estado brillante. Ninguneando a Homar, que estaba a su lado. En ese momento al actor se le cayó el mundo. Pero a base de una buena terapia pudo enfrentarse a la situación, verbalizar el problema, y convertirlo en algo llevadero.

Confesó Lluís Homar que lo malo no era sentir esas emociones, tener esos sentimientos, que son humanos y están ahí, sino en ser consciente de su existencia y su poder. Y relativizarlo. Lo malo no es sentir envidia. Lo malo sería actuar llevado por ella. Con su pelo largo para su caracterización de 'Tierra baja', Homar fue sincero hasta el extremo. Y la televisión ganó enteros como sólo lo hace en ocasiones que merecen ser tratadas de usía.