Lang Lang estaba inspirado. Gesticulante y disfrutón compareció sobre el escenario del auditorio berlinés para corresponder a la ovación que le tributaba un público entregado, cuando ofreció como bis el Vals número 1 de Chopin. Y el piano echó humo. No sé qué dirán los puristas a propósito de este alarde de virtuosismo, pero el solista decidió demostrar que podía interpretar la pieza pasada de revoluciones. Era imposible no sentirse abducido por el reto.

De manera que esta pieza manoseada hasta la extenuación cobraba vida, recobraba su sello de identidad. Lang realizó su proeza después de interpretar el Concierto en Do Menor de Mozart y antes de que en la segunda parte Anne-Sophie Mutter lo diese todo con su violín, combinando piezas clásicas con el tema principal de La lista de Schindler. El concierto conmemoraba el 120 aniversario de la creación del sello Deutsche Grammophon y fue grabado y ofrecido en una Alta Definición gracias a la cual se podían observar con detalle incluso las muecas que músicos y público dibujaban al compás de la música. Hasta las uñas. Si este evento se hubiese lanzado en un canal de pago, con el marketing suficiente y los cebos necesarios, sin duda que se habría convertido en producto delicatesen de consumo para paladares exquisitos.

Al fin y al cabo, vemos lo que nos dictan ver. Y cobra valor aquello que los publicistas, previo contrato, nos venden como imprescindible. Este concierto fue uno de las 140 que programa cada año TVE a las ocho de la mañana. Los cuatro gatos (y quien dice cuatro gatos dice cuarenta mil tirando muy por lo alto) que los seguimos habitualmente nos hacemos cruces de cómo es posible que este caviar pase desapercibido para la mayoría. Hay que defender a capa y espada la radiotelevisión pública. Imperfecta y mejorable, claro que sí, pero imprescindible e insustituible.